La política francesa es un polvorín. En menos de dos años, Emmanuel Macron ha visto a cinco primeros ministros pasar por el cargo, con la reciente caída de François Bayrou como el último síntoma de una parálisis que pone en jaque al país y, por extensión, a toda la Unión Europea. La Quinta República ha entrado en una fase de ingobernabilidad, y la crisis que se desató en las calles es la consecuencia directa de una arriesgada apuesta política que le salió terriblemente mal al presidente.
Un juego de alto riesgo que salió mal
Todo comenzó en 2024. Tras una dolorosa derrota en las elecciones europeas, Macron hizo una jugada audaz: disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas. Su objetivo era simple: romper el estancamiento político y obtener una mayoría sólida que le permitiera gobernar sin obstáculos. Sin embargo, el resultado fue diametralmente opuesto. El Parlamento se fragmentó en un campo de batalla de tres bloques irreconciliables.

Por un lado, la extrema derecha de Marine Le Pen y Jordan Bardella, los grandes vencedores de la contienda, ganando un poder y legitimidad sin precedentes. Por otro, la coalición de izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, que logró unir a partidos dispares para formar un frente común y bloquear las reformas de Macron. Y en el centro, el propio bloque del presidente, una frágil alianza de centristas incapaz de conseguir una mayoría para gobernar. Desde entonces, el gobierno francés ha vivido en un caos parlamentario constante, con cada primer ministro luchando por aprobar su agenda y perdiendo el apoyo de la Asamblea Nacional.
La revuelta de la deuda: El ajuste que nadie quiere pagar
El detonante de esta última crisis fue el plan de austeridad. Francia carga con una deuda pública de más de 3,8 billones de dólares, lo que equivale a un alarmante 114% de su PIB, y su déficit fiscal viola todas las normas europeas. El gobierno de Bayrou intentó llevar a cabo un plan de recortes por 44 mil millones de euros, una medida impopular que amenazaba programas sociales claves como las pensiones y la educación.
Con el grito de guerra "Bloqueemos todo", las calles se encendieron. Las protestas, que dejaron más de 470 detenidos y vieron a manifestantes bloquear carreteras, estaciones de tren y centros de distribución, son el reflejo de un profundo rechazo público a que la gente común y corriente pague por los errores de la élite política. La disputa es sobre quién debe asumir el costo de la crisis: la izquierda exige impuestos a los más ricos, mientras el gobierno insiste en recortes al gasto público. En este contexto, el fantasma de los "Chalecos Amarillos" ha vuelto a rondar la política francesa, con el despliegue de 80.000 policías en las calles, una cifra que demuestra el pánico del gobierno.
El efecto dominó en el corazón de Europa
La crisis de Francia no se queda en sus fronteras. Su parálisis tiene un efecto dominó que amenaza la estabilidad de toda la Unión Europea.
- El fantasma de la Eurozona: La masiva deuda de Francia y su incapacidad para controlarla ponen en riesgo la estabilidad del euro. El déficit del 5,8% viola flagrantemente las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, lo que genera una enorme preocupación en capitales como Berlín. La falta de un gobierno fuerte para implementar reformas fiscales convierte al segundo motor de la Eurozona en un riesgo para todo el bloque.
- El vacío de liderazgo: Históricamente, el eje franco-alemán ha sido el motor de la integración europea. Con un Macron debilitado y un gobierno que apenas puede sobrevivir, este motor está "gripado". La UE pierde a uno de sus líderes clave en un momento crucial, dificultando la toma de decisiones en temas urgentes como la guerra en Ucrania, la defensa común y la transición energética.
- El auge de los extremos: El fortalecimiento de los partidos antisistema, tanto de Marine Le Pen como de Jean-Luc Mélenchon, es un síntoma de la polarización que se extiende por todo el continente. Su éxito en Francia sirve de precedente y alienta a movimientos populistas y euroescépticos en otros países, poniendo en riesgo la cohesión y la misma existencia de la UE a largo plazo.
El desafío que enfrenta el nuevo primer ministro, Sébastien Lecornu, es monumental: no solo debe gobernar un país en modo de emergencia, sino también restaurar la confianza en una nación que, por su debilidad, está poniendo en riesgo el futuro de todo el continente.
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