Dwight Eisenhower en 1945, cuando era general del Ejército de Estados Unidos.

En una coyuntura marcada por la polarización y la revisión de las alianzas globales, es pertinente analizar la geopolítica actual a través del prisma de dos figuras presidenciales estadounidenses: Dwight D. Eisenhower y Donald Trump. Aunque separados por casi siete décadas, sus doctrinas de política exterior comparten un enfoque pragmático y a menudo unilateral, aunque con motivaciones y contextos muy diferentes.

La Doctrina Eisenhower: Contención y la Carrera por la Hegemonía

La Doctrina Eisenhower emergió en el punto más álgido de la Guerra Fría, cuando el mundo estaba dividido en dos bloques ideológicos irreconciliables. Era un tablero de ajedrez gigante, pintado de los rojos intensos del comunismo soviético y los azules fríos del capitalismo occidental.

Presentada en 1957, esta estrategia no era solo una política; era una respuesta directa a una pugna existencial. Su principal objetivo era detener el avance del comunismo en Oriente Próximo, una región vital no solo por su petróleo, sino por ser un punto de quiebre potencial en el equilibrio de poder global.

El núcleo de la doctrina consistía en ofrecer ayuda económica y militar a los países de la zona para resistir cualquier agresión. Pero su verdadera naturaleza iba mucho más allá de la simple asistencia. Estaba cimentada en la aterradora estrategia de "represalias masivas", una idea impulsada por el secretario de Estado John Foster Dulles.

En una declaración que heló la sangre de muchos, Dulles advirtió que EE. UU. no dudaría en responder a una agresión, incluso si era convencional, con un ataque nuclear masivo contra el territorio del agresor. Esta política del "borde del abismo" (brinkmanship) buscaba disuadir a Moscú con la amenaza de una destrucción total. La disuasión no era solo una teoría; era una espada de Damocles que pendía sobre el planeta.

Más allá de la retórica, la doctrina se tradujo en una serie de intervenciones encubiertas, operaciones que se movían en las sombras de la geopolítica. La CIA, bajo la tutela de Eisenhower, orquestó el golpe de Estado en Irán en 1953 y la intervención en Guatemala en 1954. Estas acciones demostraban que la contención no era solo una cuestión de apoyo militar abierto, sino de desestabilización política para asegurar que los países se alinearan con Washington, un enfoque que refleja la famosa "teoría del dominó".

Eisenhower creía firmemente que si un país caía en la órbita comunista, arrastraría a los vecinos a seguir el mismo camino. Esta creencia llevó a EE. UU. a financiar a Vietnam del Sur y a apoyar militarmente a la República de China en Taiwán. Su política fue una combinación de fuerza militar y diplomacia secreta, diseñada para asegurar la hegemonía estadounidense en un mundo bipolar.

La Doctrina Eisenhower fue, en esencia, una política agresiva y pragmática, impulsada por un militar que no dudó en usar todas las herramientas a su disposición para ganar la Guerra Fría.

Sin embargo, a pesar de su postura de "halcón", Eisenhower reconoció el peligro de su propia política. En su discurso de despedida en 1961, advirtió sobre el "complejo militar-industrial" y su potencial para socavar las libertades democráticas.

A pesar de esta advertencia, se reveló que Eisenhower había trabajado en secreto para proteger las operaciones encubiertas de la CIA, incluso bloqueando un proyecto de ley que obligaría a la agencia a informar al Congreso. Fue él quien transformó la política de EE. UU. de tolerar a los países del "Tercer Mundo" no alineados a considerarlos enemigos potenciales si no se unían a su bando.

Las repercusiones de estas decisiones se sienten hasta el día de hoy. La Operación Áyax, el primer golpe de la CIA en Irán, derrocó a un gobierno nacionalista democrático, sentando las bases para la Revolución Islámica de 1979.

En América Latina, las políticas de Eisenhower sembraron las semillas del conflicto. No solo ordenó el golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala, sino que también inició las políticas contra Cuba que se atribuyen a menudo a su sucesor, John F. Kennedy. Fue durante su mandato que se inició el embargo, se aprobó la planificación de la invasión de Bahía de Cochinos y se firmó el plan para asesinar a Fidel Castro.

Estas acciones, ocultas al público y al Congreso, demuestran la naturaleza dual de Eisenhower, un líder que, por un lado, advertía sobre el poder militar y, por el otro, lo utilizaba de forma encubierta y sin precedentes para proteger lo que él consideraba los intereses de EE. UU.

La Geopolítica de Trump: Un Enfoque Unilateral y Transaccional

La geopolítica de Donald Trump no se enmarca en una doctrina tradicional. Se resume en su lema "América Primero", y se caracteriza por un profundo escepticismo hacia las alianzas multilaterales que han definido la política exterior de EE. UU. durante décadas. A diferencia de Eisenhower, quien buscaba fortalecer lazos para combatir a un enemigo ideológico común, Trump considera que Estados Unidos ha sido explotado por sus propios aliados y que los acuerdos internacionales son una carga financiera y estratégica. Para él, la política exterior no es una cuestión de ideales o de contención ideológica, sino un simple balance de pérdidas y ganancias.

Bajo este enfoque, Trump se retira de tratados y organizaciones internacionales que, a su juicio, no benefician a su país. Su decisión de abandonar el acuerdo nuclear con Irán (JCPOA) es un ejemplo claro, ya que lo considera un pacto débil que solo favorece a Teherán. Del mismo modo, se aparta del Acuerdo de París sobre el cambio climático, de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la UNESCO, argumentando que sus costos superan los beneficios y que limitan la soberanía estadounidense. Para Trump, estos pactos no son símbolos de cooperación global, sino obstáculos para la maximización de la riqueza y el poder nacional.

Su enfoque es marcadamente unilateral y transaccional. Utiliza herramientas de coacción económica, como los aranceles, para forzar a otros países a renegociar acuerdos comerciales y de seguridad. La guerra comercial con China, por ejemplo, no busca un cambio de régimen político, sino una reestructuración de las relaciones comerciales para reducir el déficit estadounidense. La visión de Trump convierte la diplomacia en un negocio, donde cada interacción se evalúa en términos de costo-beneficio.

Su retórica crítica hacia la OTAN es otro claro ejemplo. La considera "obsoleta" si sus miembros no aumentan su gasto en defensa, lo que erosiona la confianza en una de las alianzas más importantes de la historia. A diferencia del intervencionismo encubierto de Eisenhower, Trump se inclina por una diplomacia más coercitiva y pública, buscando acuerdos bilaterales en lugar de fortalecer las instituciones multilaterales. Su visión del mundo no se basa en la lucha entre ideologías, sino en una competencia económica implacable, donde cada país debe maximizar sus propios beneficios.

Para Trump, las naciones no son aliados ideológicos, sino socios comerciales o competidores. Esta visión, sumada a su imprevisibilidad, genera una profunda incertidumbre en la comunidad internacional y cuestiona el liderazgo global de Estados Unidos. A pesar de algunos acuerdos renegociados, como el T-MEC, su política exterior es vista por muchos analistas como un factor de inestabilidad que debilitó el orden liberal internacional construido desde la Segunda Guerra Mundial.

Paralelismos y Contrastes en la Estrategia Geopolítica

A pesar de las profundas diferencias de época y estilo, es posible encontrar notables paralelismos en las estrategias geopolíticas de Eisenhower y Trump. Ambos presidentes compartieron una marcada inclinación por la acción unilateral y un profundo recelo hacia los compromisos internacionales que, en su opinión, limitaban la soberanía estadounidense.

Sin embargo, los métodos que emplearon fueron distintos. Eisenhower favoreció el intervencionismo encubierto a través de la CIA, orquestando golpes de Estado en la sombra para alinear a países con los intereses de Washington. Por su parte, Trump optó por una diplomacia más coercitiva y pública, utilizando aranceles y la amenaza de retirarse de pactos para forzar la renegociación.

Ambos líderes también priorizaron el interés nacional, pero con motivaciones diferentes. Eisenhower buscaba consolidar el liderazgo de Estados Unidos en la Guerra Fría, asegurando su posición como bastión del "mundo libre" frente al comunismo. Su objetivo era la hegemonía global. Trump, en cambio, opera bajo una visión más proteccionista y económica, centrando su política en la idea de que Estados Unidos había sido explotado y que es necesario "corregir" los desequilibrios comerciales y militares.

Sin embargo, los contrastes son profundos y revelan la evolución de la política exterior estadounidense. La Doctrina Eisenhower estaba anclada en una confrontación ideológica con un enemigo claro, la Unión Soviética, y buscaba liderar el "mundo libre" a través de alianzas estratégicas.

La geopolítica de Trump es un enfoque puramente transaccional. En este modelo, las alianzas se valoran exclusivamente por su retorno económico, sin una causa ideológica que las una. Mientras Eisenhower construyó un orden global a través de la contención, Trump cuestiona esa misma estructura de liderazgo, erosionando la confianza en el sistema internacional y generando una profunda incertidumbre. El legado de ambos presidentes demuestra cómo la política exterior de Estados Unidos oscila entre la consolidación de un orden global y un enfoque más nacionalista y pragmático.

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