En la era digital, el poder ya no se mide solo en tanques, misiles o barriles de petróleo. Hoy, el activo más valioso es la información.

La digitalización ha elevado los datos a la categoría de recurso estratégico, un motor fundamental de la economía global, la innovación y, en última instancia, la seguridad nacional. Este cambio ha dado lugar a un nuevo y complejo campo de batalla geopolítico: la soberanía de datos.

A diferencia de los bienes físicos, los datos son a la vez no rivales y altamente escalables, volviéndose más valiosos a medida que se acumulan. Esto ha creado un círculo virtuoso para un puñado de gigantes tecnológicos como Alphabet, Amazon y ByteDance. Su capacidad para recolectar y procesar enormes volúmenes de datos les otorga un poder de mercado casi insustituible.

Con la llegada de la inteligencia artificial, esta concentración de datos es aún más crítica, ya que la sofisticación de los modelos de IA depende directamente del tamaño y la diversidad de los conjuntos de datos de entrenamiento.

Ante este panorama, los Estados han despertado al hecho de que el control sobre la información es sinónimo de poder económico y seguridad nacional. La gobernanza de la información ya no es un asunto técnico, sino una cuestión de alta estrategia.

La fragmentación de internet: de la utopía a la realidad

La utopía de una internet sin fronteras, defendida por los libertarios cibernéticos en la década de 1990, ha dado paso a una realidad de fragmentación deliberada.

La manifestación más clara de esta geopolítica de los datos son las leyes de localización de datos. Estas normativas obligan a las empresas a almacenar o procesar la información de los ciudadanos dentro de las fronteras nacionales.

Lo que parece una simple regulación técnica, en realidad, desmantela el modelo de eficiencia de la nube global. Al obligar a las empresas a duplicar sus infraestructuras en cada país, la localización aumenta los costos operativos, crea barreras de entrada para las empresas más pequeñas y, en última instancia, erosiona la economía digital unificada.

Ejemplos como la salida de LinkedIn de Rusia o la inversión forzada de Mastercard y Visa en India demuestran las consecuencias de este enfoque. El resultado no es una internet integrada, sino un mosaico de sistemas compartimentados.

La carrera geopolítica por la soberanía digital

Los diferentes enfoques adoptados por las principales potencias reflejan sus visiones contrapuestas del poder y el control en el siglo XXI.

  • La Unión Europea (UE): Su modelo se centra en la regulación como una herramienta de poder. A través del RGPD y las nuevas leyes de Mercados Digitales (DMA) y de Servicios Digitales (DSA), la UE busca ejercer su soberanía digital imponiendo sus estándares de privacidad y seguridad a nivel global. El objetivo es proteger los derechos de sus ciudadanos y controlar el poder de las grandes empresas tecnológicas, muchas de ellas estadounidenses y chinas.
  • China: Su estrategia es de control total y expansión. El enfoque de China está centrado en el Estado, con leyes como la Ley de Ciberseguridad que le permiten un control absoluto sobre los datos, las redes y la información dentro de sus fronteras. Simultáneamente, a través de la Ruta de la Seda Digital, busca exportar su modelo de infraestructura y vigilancia a otros países, expandiendo su influencia geopolítica y tecnológica.
  • Estados Unidos (EE. UU.): Históricamente ha promovido un modelo de autorregulación corporativa, pero la preocupación por el poder de China y la UE ha impulsado un cambio. Aunque su enfoque es menos intervencionista que el de sus rivales, iniciativas como la Carta de Derechos de la IA buscan establecer una supervisión más estricta para garantizar la competitividad y la seguridad nacional.

Estos modelos divergentes tienen serias implicaciones. Mientras que los países buscan la autonomía, corren el riesgo de complicar la cooperación internacional en la gobernanza de la IA y otras tecnologías emergentes. Los esfuerzos por alinear los modelos, como el Marco de Privacidad de Datos UE-EE. UU. , demuestra la tensión constante entre la necesidad de protección nacional y los beneficios de los flujos de datos transfronterizos.

La Nube Soberana: una respuesta a la fragmentación

Para las empresas y gobiernos que navegan por este complejo panorama, ha surgido una solución: la nube soberana. Este concepto implica el uso de infraestructuras de nube que se alinean con los requisitos legales y geográficos específicos de cada país.

La nube soberana garantiza la residencia de los datos y el cumplimiento normativo, lo que la convierte en una herramienta crucial para el sector público y las industrias que manejan información sensible.

La soberanía de datos ha transformado la geopolítica. El concepto, que al inicio parecía un tema de nicho, se ha convertido en el principio organizador de la política digital.

En un mundo donde el poder fluye a través de los datos, las naciones están reescribiendo las reglas del juego para asegurar su lugar en la jerarquía del futuro.

La pregunta ya no es si los países ejercerán su soberanía digital, sino cómo lo harán y qué implicaciones tendrán esto para el futuro de un internet cada vez más dividido.

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