La reciente crisis en Nepal, que vio a una "Generación Z" tomar las calles para derrocar a un gobierno, no es un hecho aislado. Es, en realidad, un capítulo más en un patrón de descontento social que se ha desatado en el sur y sudeste de Asia. Desde Sri Lanka en 2022, pasando por Bangladesh en 2024, y llegando a Nepal en 2025, un mismo combustible ha alimentado estas revueltas: un profundo hartazgo de la población, especialmente de los jóvenes, hacia un sistema corrupto, nepotista y desconectado de la realidad.

El patrón de las revueltas: del colapso económico a la censura.

Las crisis en Sri Lanka, Bangladesh y Nepal evidencian un patrón que se repite. La mecha de cada revuelta fue encendida por un detonante particular que, rápidamente, se expandió para convertirse en un rechazo generalizado a la clase política.

En Sri Lanka, fue el colapso económico. La insostenible deuda externa y la mala gestión de la dinastía de los Rajapaksa llevaron a una crisis sin precedentes. La indignación se canalizó a través del movimiento "Aragalaya" (La Lucha), que unió a la gente y culminó con la toma del palacio presidencial, forzando al presidente a huir del país.

En Bangladesh, la chispa fue la injusticia social. La indignación por un sistema de cuotas en el empleo público que favorecía a la élite desató protestas estudiantiles que escalaron a un levantamiento nacional contra el autoritarismo de la primera ministra Sheikh Hasina, quien fue obligada a renunciar y huir del país.

En Nepal, el detonante fue la censura digital. La prohibición de redes sociales en un intento por silenciar las críticas a los "Nepo Kids"—los hijos de la élite política que ostentan lujos en contraste con la pobreza de la mayoría—se convirtió en la chispa que encendió la ira popular.

En los tres casos, los detonantes fueron simplemente la manifestación más visible de un malestar profundo, alimentado por la corrupción, el nepotismo y la incapacidad de los gobiernos para resolver los problemas de la gente.

El trasfondo social: Generación Z y Nepo Kids.

La revuelta de Nepal no puede entenderse sin la participación de dos fenómenos sociales clave. La Generación Z, compuesta por jóvenes que crecieron con acceso a internet y las redes sociales, representa una fuerza política sin precedentes.

A diferencia de las generaciones anteriores, no están atados a las lealtades de los partidos políticos tradicionales, que han fallado repetidamente en cumplir sus promesas. Utilizaron las redes sociales como su principal plataforma para organizarse y movilizarse, convirtiéndose en la punta de lanza de la frustración acumulada.

El término "Nepo Kid" (una abreviatura de "nepotism kid") se convirtió en un poderoso símbolo de la corrupción y la desigualdad. La campaña viral que mostraba a los hijos de la élite nepalí ostentando lujos, en contraste con la mayoría de la población que vive en la precariedad o se ve forzada a emigrar, fue el catalizador que personalizó la indignación y la dirigió hacia la clase política.

Un tablero geopolítico en ebullición.

La revuelta de Nepal también tiene una profunda lectura geopolítica. Ubicada estratégicamente entre la India y China, su inestabilidad interna es un tema de alta sensibilidad para ambos gigantes regionales. La caída del gobierno del primer ministro K.P. Sharma Oli, un líder con una agenda que fortalecía la influencia de Pekín, no es un hecho menor.

Las consecuencias de la revuelta: un sismo geopolítico e ideológico

El ciclo de revueltas en el sur de Asia no solo derroca gobiernos; también tiene profundas implicaciones ideológicas y geopolíticas que podrían reconfigurar el poder en la región.

La lección para la izquierda:

Paradójicamente, la crisis en Nepal es, en gran medida, un levantamiento contra las propias fallas de la izquierda. Los partidos comunistas y maoístas, que lideraron la guerra civil y prometieron una sociedad más justa, se convirtieron con el tiempo en parte del mismo establishment que hoy es repudiado.

Para la "Generación Z", la izquierda no representa un cambio, sino simplemente otra cara del poder corrupto. Esta rebelión contra su propio fracaso demuestra que las credenciales revolucionarias no son suficientes si no van acompañadas de una gestión transparente y de resultados reales.

Es una dolorosa lección para los movimientos de izquierda a nivel global: un partido que no logra romper con los vicios del pasado está condenado a perder su legitimidad.

El impacto geopolítico:

La inestabilidad en Nepal, al igual que en Sri Lanka y Bangladesh, crea un peligroso vacío de poder que podría alterar el equilibrio regional. Las potencias vecinas y globales tienen intereses en juego.

India, la potencia regional dominante, observa con preocupación. La inestabilidad en su frontera podría desestabilizar sus estados limítrofes, por lo que su principal interés es garantizar un gobierno que garantice el orden y no se alinee en exceso con su rival.

China, que había estado consolidando su influencia en Nepal a través de proyectos de infraestructura, ahora enfrenta un futuro incierto con un gobierno interino. Su silencio estratégico es una muestra de cautela, mientras evalúa cómo proteger sus intereses en medio del caos.

Estados Unidos y otras potencias occidentales ven en la inestabilidad una oportunidad para frenar la expansión de China en el Himalaya. Al llamar al diálogo, buscan posicionarse como mediadores y garantizar un futuro que no ponga en riesgo sus propios intereses estratégicos.

En este sentido, la "Primavera del sur de Asia" no es solo una serie de crisis domésticas, sino un sismo que podría redefinir el tablero geopolítico y las alianzas de poder en la región. El final de un gobierno no garantiza un futuro democrático y estable, pero sí demuestra que ningún poder absoluto dura para siempre cuando la gente decide decir basta.

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