En el frágil tablero de Medio Oriente, el Líbano se encuentra una vez más en la encrucijada. Un plan ambicioso para desarmar a la poderosa milicia de Hezbolá ha puesto en marcha un enfrentamiento que trasciende las fronteras nacionales, revelando las profundas tensiones que definen la región. Lo que a primera vista parece una simple iniciativa para consolidar el poder del Estado, es en realidad un complejo juego de ajedrez donde cada movimiento está cargado de intereses regionales, divisiones sectarias y el riesgo latente de una confrontación.

La Anatomía de un Actor Híbrido

Para comprender la resistencia de Hezbolá, hay que entender su naturaleza única. El grupo no es una simple milicia, sino un actor híbrido: un partido político que participa activamente en el gobierno libanés, un protector social que mantiene la lealtad de su base chiita a través de redes de bienestar paralelas, y la punta de lanza de la estrategia regional de Irán. Desde su surgimiento en la década de 1980, Hezbolá ha cimentado su legitimidad en una única narrativa: sus armas son el único escudo creíble del Líbano contra la agresión de Israel.

Esta convicción se remonta a los Acuerdos de Taif de 1989, que pusieron fin a la guerra civil pero eximieron explícitamente a Hezbolá del desarme, reconociendo su papel como "movimiento de resistencia" contra la ocupación israelí. La retirada de Israel del sur del Líbano en el año 2000 y la guerra de 2006 reforzaron esta percepción, consolidando el estatus de Hezbolá como el "Eje de la Resistencia".

El dilema libanés es un reflejo de esta dualidad. El Estado, debilitado por una crisis económica sin precedentes desde 2019, carece de la autoridad y la capacidad militar para monopolizar la fuerza.

Las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL), a pesar de contar con entrenamiento y ayuda occidental, carecen de la cobertura política y la fuerza necesaria para desafiar a Hezbolá, ya que cualquier confrontación corre el riesgo de fracturar a la nación a lo largo de sus líneas sectarias.

El Ajedrez Regional: El Plan de Barrack y el Veto Iraní

Las presiones externas han vuelto a colocar el desarme en el centro de la agenda. En agosto, el enviado estadounidense Tom Barrack propuso una ambiciosa hoja de ruta de cuatro fases, prometiendo un paquete de ayuda para la reconstrucción del Líbano a cambio de la entrega total de las armas de Hezbolá.

Para sus críticos, y para los propios defensores de Hezbolá, este plan no es una oferta para la paz, sino una operación de chantaje geopolítico diseñada para reconfigurar el poder en el Levante. Sostienen que se busca someter al Líbano a través de la presión financiera, ya que Washington condiciona gran parte de su respaldo económico a la aceptación del plan. Además, ven una "ecuación perversa" en la postura de Israel, que públicamente apoya el desarme mientras mantiene cinco posiciones estratégicas ocupadas en el sur del Líbano. En esta lógica, Israel busca condicionar la retirada de un ocupante ilegal al desarme de quienes sostienen la soberanía nacional.

La respuesta no se hizo esperar. En una muestra de fuerza, los ministros aliados a Hezbolá y a su socio Amal abandonaron las sesiones de gabinete, calificando la iniciativa de "injerencia extranjera". El rechazo es un reflejo de la postura de Irán, el garante último de la capacidad militar de Hezbolá. Para Teherán, una milicia libanesa desarmada representaría un revés estratégico monumental, ya que perdería su principal activo para disuadir a Israel y proyectar su influencia en la región.

Los Hechos que Confirman el Estancamiento

La volatilidad del proceso ha quedado al descubierto en las últimas semanas, un escenario construido sobre las secuelas del conflicto bélico de 2024 entre Israel y Hezbolá.

El 7 de agosto, la introducción del plan estadounidense fue seguida, dos días después, por una explosión mortal en Wadi Zibqin, que cobró la vida de seis soldados libaneses mientras desmantelaban municiones vinculadas a Hezbolá, poniendo de manifiesto los peligros inherentes al proceso.

A principios de septiembre, los ministros chiitas se retiraron del gabinete en protesta, mientras que la continua actividad de drones israelíes cerca de las fronteras reforzaba el argumento de Hezbolá de que su arsenal es indispensable para la seguridad nacional.

Estos acontecimientos demuestran que el desarme no es una cuestión técnica, sino una compleja negociación de poder. Israel, a pesar de manifestar su apoyo a la iniciativa, mantiene cinco posiciones estratégicas ocupadas en el sur del Líbano y continúa con sus ataques, lo que en la práctica le da más fuerza a la narrativa de Hezbolá.

Por su parte, la milicia se ha movilizado en las calles y en el Parlamento, advirtiendo que cualquier intento de desarme unilateral sin un amplio consenso puede devolver al país a la crisis o incluso a la violencia civil.

 El Futuro del "Pluralismo Armado"

El desarme de Hezbolá es, sin lugar a dudas, una fuente de riesgo geopolítico. El escenario más probable es un prolongado estancamiento, donde la milicia mantenga su arsenal y el gobierno, bajo presión externa, implemente tan solo medidas simbólicas o cosméticas, como alejar las armas pesadas de la frontera. Un desarme real y significativo requeriría una reestructuración fundamental del equilibrio de poder entre Irán, Israel y Estados Unidos.

Hasta que ese realineamiento se produzca, el arsenal de Hezbolá seguirá siendo una herramienta de disuasión, una fuente de desestabilización y una fuente de complejidad política en todo Medio Oriente.

 

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