La noticia de la inminente extradición del empresario Federico "Fred" Machado a los Estados Unidos, envuelto en una causa de narcotráfico y lavado por $350 millones de dólares, nos obliga a sacudirnos la cómoda indiferencia. Pero no es el individuo lo que espanta, sino la radiografía brutal que este caso ofrece sobre el tejido estatal argentino.

El affaire Machado, con su presunto aporte de $200.000 y un avión privado a la campaña del diputado José Luis Espert, no es una simple anécdota de corrupción. Es un paradigma de cooptación: el dinero ilícito ha dejado de ser una simple "coima" para transformarse en una prima de seguro estructural que garantiza impunidad al por mayor. El crimen ya no pide permiso; compra el asiento en la mesa del poder.

El Vacío del Control Electoral: La Infiltración en las Provincias.

El foco debe moverse de la espectacularidad de la extradición a la degradación silenciosa que carcome la República desde sus márgenes: las provincias. Es aquí, en la disfuncionalidad del control electoral y la renta de la indiferencia de las jurisdicciones locales, donde el crimen organizado encuentra su caldo de cultivo más fértil.

La Ley 26.215 de financiamiento nacional se estrella contra el escollo de la "autonomía" de las provincias, dejando a la Cámara Nacional Electoral (CNE) desarmada de facto en su capacidad de fiscalización federal. Esta brecha de soberanía, que en apariencia es un problema de diseño legal, es en realidad una invitación abierta a la infiltración narco, sobre todo donde la Justicia Electoral local no ejerce un poder real o su regulación es intencionalmente laxa.

El "Agujero Negro" del Financiamiento Partidario.

Solo seis de las 23 provincias se atreven a contribuir al sostenimiento económico de los partidos, delegando la carga principal en el aporte privado. Este es el gran "agujero negro".

La normativa provincial en la mayoría de los casos no solo es escasa, sino que se diseñó para la elusión. Santa Fe, una provincia crítica por su logística y el volumen del narcotráfico, es el ejemplo más crudo: la permisividad del aporte en dinero efectivo hasta un límite alto convierte el rastreo del origen de los fondos en una quimera legal. El Estado local, al no preguntar por el origen del efectivo, se vuelve cómplice por omisión.

La necrosis institucional argentina no es un futuro temido; es una realidad documentada. Casos como el del exintendente de Paraná, Sergio Varisco, condenado a seis años por recibir financiamiento narco para su campaña en 2019, o el del senador santafesino Armando Traferri, quien utilizó sus fueros como un escudo legislativo contra la investigación, exhiben la profundidad de esta penetración en el corazón mismo de la política regional.

En Neuquén, la exigencia de un informe de campaña que no es controlado ni auditado—solo exhibido por 30 días "por si alguien se atreve a impugnarlo"—convierte la rendición de cuentas en una burla burocrática y funcional al ocultamiento. Esta debilidad estructural del control del financiamiento es el verdadero caballo de Troya del narcotráfico en la política argentina.

El Dinero Ilegítimo: La Reconfiguración de la Soberanía Global

La crisis argentina no es un fenómeno aislado; es un síntoma de una reconfiguración global de la soberanía, donde el narcotráfico, con sus flujos financieros colosales –un flujo global que supera el billón de dólares anuales–, se ha emancipado del delito clásico para convertirse en un poder fáctico transnacional.

En Latinoamérica, la infiltración es sistémica y ejemplarmente violenta:

  • Venezuela: Las acusaciones sobre el denominado "Cartel de los Soles" sugieren que el tráfico no solo cooptó la política, sino que se institucionalizó, gestionándose desde el aparato de defensa y de seguridad.
  • México y Ecuador: La financiación de campañas se alterna con el castigo ejemplar. Mientras en México la influencia narco es un secreto a voces, el magnicidio de Fernando Villavicencio en Ecuador marca el punto en que el narco no solo infiltra, sino que anula la disidencia en el espacio público.
  • Brasil y Paraguay: El poder irradiante del PCC (Primeiro Comando da Capital) en Brasil, y la anarquía logística de la Triple Frontera (Paraguay, Brasil, Argentina) garantizan que la infraestructura estatal (puertos, aduanas, rutas) funcione al servicio del capital narco.
  • Perú y Bolivia: Desde la porosidad económica de Bolivia hasta el blanqueo vía minería ilegal en Perú, el capital narco se asegura que la infraestructura de producción y tránsito permanezca operativa.

El crimen organizado invierte con una lógica empresarial implacable: la coima es una prima de seguro para obtener la línea directa con el poder y garantizar que el negocio prospere bajo la égida de la clase dirigente.

 La Tácita Renuncia a Gobernar: Acreedores de la Soberanía

La verdadera alerta máxima no es la existencia del narco, sino la anulación de la voluntad política que ha logrado su infiltración. La lentitud burocrática de la Justicia en investigar el lavado en el caso Espert no es un defecto; es un mecanismo de protección inherente a un sistema político funcional a la impunidad. El crimen logra que las instituciones que deberían combatirlo —policía de alto rango, jueces de registro, inspectores— se vuelvan sus ejecutores silenciosos en una colonización burocrática.

El punto más sutil y grave reside en la deuda tóxica: al convertirse en acreedoras del Estado mediante la compra de deuda pública o la adquisición de propiedades infladas en polos turísticos, las organizaciones criminales ejercen una "influencia táctica y tácita" sobre la política fiscal. El blanqueo de fondos se disfraza de inversión productiva, generando una dependencia patológica en la economía regional.

Frente a esta hipoteca moral y la evidencia de una República colonizada, la respuesta no puede ser una simple declaración de principios ni el mero aplauso a una extradición. La estrategia para desmantelar este ecosistema exige un Estado mucho más presente, eficiente y, sobre todo, ético.

No basta con exigir una Unidad de Información Financiera (UIF) con poder de fuego, ni con agilizar el decomiso de bienes para demostrar que el crimen no paga. Esto es necesario, sí, pero es solo la batalla legal. La verdadera guerra se libra en la economía y la geografía de la miseria.

La conexión entre pobreza estructural y narcotráfico es innegable. El crimen organizado ofrece un "ascensor social" perverso: para la juventud de los márgenes, la venta de drogas deja de ser una opción delictiva para convertirse en la única salida tangible de la pobreza y la exclusión. Sin políticas públicas robustas y continuas que ofrezcan educación de calidad, empleo digno y oportunidades de desarrollo, el narcotráfico seguirá reclutando y expandiendo su base social con total impunidad.

En el plano territorial, la defensa de la soberanía exige reforzar militar y tecnológicamente las fronteras. El control de los cielos, las rutas y los pasos clandestinos no puede ser un lujo burocrático, sino una prioridad de seguridad nacional. El Estado debe recuperar el control de su infraestructura logística y de tránsito para impedir que el dinero y la mercancía ilegal sigan fluyendo sin control.

La pregunta, en el crepúsculo de la República, ya no es si combatiremos al narco, sino si la política argentina está dispuesta a ejercer su voluntad soberana con la máxima expresión del Estado: un Estado que controla sus fronteras, que combate la economía ilegal con inteligencia financiera, y que ofrece futuro a sus jóvenes para que no encuentren en la droga el único horizonte posible.

 

 

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