Menos formaciones, más demoras y vagones colapsados. Desde el 31 de mayo se redujeron los servicios en varias líneas y, aunque el gobierno dice que el impacto es “mínimo”, quienes viajan a diario cuentan otra historia.
En la línea Constitución-Glew-Korn, por ejemplo, se eliminaron 26 formaciones diarias. Mónica, enfermera del Ramos Mejía, tarda casi dos horas en volver a su casa porque su compañera, que la releva, también llega tarde. “Viajamos cada vez peor y pagamos cada vez más”, dice. Desde 2023 el boleto aumentó un 500%, mientras que los trenes disponibles bajaron a la mitad respecto de 2018.
El deterioro no solo afecta la frecuencia: los trabajadores denuncian falta de mantenimiento, repuestos improvisados y medidas que ponen en riesgo la seguridad.
“Están canibalizando trenes para sacar piezas, no siguen los manuales y viajan con repuestos vencidos”, advierten técnicos. “Estamos al borde de una catástrofe”.
Las formaciones eliminadas en horas pico, el colapso los fines de semana y la desaparición de trenes nocturnos empujan a miles de pasajeros a vivir una odisea diaria. “Lo triste es ver cómo la gente se pelea por viajar”, cuenta Horacio, que tuvo que dejar un trabajo por la quita de servicios.
Mientras tanto, crece el temor de que este vaciamiento sea antesala de la privatización. “Ya vimos esta película”, advierten los ferroviarios. Y el cartel en Constitución, con sus letras brillantes, anunciando cambios en el cronograma de viajes parece parte del decorado.
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